martes, 7 de noviembre de 2006

Por la abolición del matrimonio

(Publicado en la Voz de Salamanca el 7 de Noviembre de 2006)

Tenía ganas de que se aprobara la ley sobre los matrimonios entre parejas homosexuales. Tenía ganas para, por fin, poder estar en contra del matrimonio.

Hasta ahora la lucha por el matrimonio homosexual se encuadraba dentro de la lucha por la igualdad de derechos. El estado, impregnado por una moral conservadora se permitía la licencia de decir que había un tipo de uniones que eran moralmente correctas (las heterosexuales), y otras que sin embargo eran reprobables y por lo tanto no merecían el respaldo legislativo. Por supuesto eso desde el punto de vista racional era intolerable. Bien, ahora hemos mejorado. Pero no nos podemos quedar aqui. Creo que en este tema el siguiente paso para la radicalización democrática y liberal de nuestro país pasa por abolir el matrimonio.

Desregularlo, renunciar de una vez por todas a que sea el estado el que decida qué tipo de uniones sentimentales se merecen su amparo y cuales no. ¿Por qué una unión poligámica no puede ser matrimonio? ¿Y la unión entre hermanos? ¿Y si me apetece donar todos los derechos de sucesión a mi perro?. Probablemente muchos de ustedes tendrán razones de sobra para rechazar todas esas uniones, pero la mayoría de ellas serán morales. Y la moral está muy bien para administrar la vida de uno, pero no para imponerla sobre el resto de la población.
El fin del estado debe ser el de proporcionar a la gente las herramientas necesarias para el libre desempeño de sus libertades, no el de beneficiar una serie de decisiones de carácter personal(legítimas y libres) sobre otras (igual de legitimas y de libres). El estado no puede promocionar un estilo de vida sobre otro. ¿Por qué dos amigos que vivan juntos no pueden recibir las mismas ventajas fiscales que un matrimonio? Yo se lo cuento: Porque el estado decide que la vida en pareja ( hasta hace poco, la vida en pareja heterosexual) es moralmente superior al resto de opciones vitales.

Vale, aceptamos barco….pero….¿Qué hacemos para solucionar esto?. Bueno, pues abolimos el matrimonio, asi sin Ibuprofeno, ni epidural ni nada. Quien quiera dejar la herencia a su pareja, declarar bienes comunes y demás….pues que firme un contrato privado. Ahí no se metería nadie, y menos el estado, puesto que un contrato privado es algo que no le incumbe. Se acabó el encorsetamiento estatal sobre las relaciones sentimentales. ¿Y sobre las ventajas fiscales?…..de eso cero patatero, ¿a santo de qué?. Si nos hace falta gente promocionemos los partos, pero no los matrimonios. De todas formas gente hay de sobra….si somos capaces de acabar con nuestros prejuicios acerca de la inmigración.

El matrimonio, enfocado como una serie de ventajas que otorga el estado a una serie de personas por su decisión de adoptar una determinada forma de vida es totalmente rechazable desde el punto de vista democrático, a parte de ser una institución retrógrada y anclada en la tradición y el conservadurismo. La decisión de cada uno sobre su forma de vida debe quedar de una vez por todas en el terreno de lo privado. La equiparación de derechos de los homosexuales en materia de matrimonio es un paso necesario, pero intermedio, para de una vez por todas abolir el matrimonio.

jueves, 4 de mayo de 2006

Naciones: Ciudadanía vs Identidad

(Publicado en la Voz de Salamanca el 4 de Mayo de 2006)

“El único concepto practicable de Nación es el que está ligado al Estado y a que éste mantenga con los ciudadanos una seguridad jurídica. Y es la única concepción moderna, racional y democrática. Todo lo demás es mito, anacronismo y folklore.” Arcadi Espada (1)

Leía ayer con cierto recelo un artículo de Enric Hernández (2), en el que afirmaba que “Sin lengua propia, derecho autóctono ni instituciones centenarias, que Andalucía quede equiparada a Catalunya supone una frívola trivialización del concepto de nación.”.
Podría dedicarme a desmontar el argumento del señor Hernandez mostrándole cómo Andalucía tiene tanta o más historia que Catalunya, como su bandera ya la llevaba Almanzor en el siglo IX, como la denominación Andalusí es más antigua que la de Cataluña, o como su folklore es el más universal de los españoles.

Pero no, no van por ahí los tiros. En el fondo esto de las naciones identitarias es como los churros. Todo el mundo quiere hacer churros, y cada uno busca los ingredientes que tiene. En Cataluña, le ponen la lengua, un poquito de reino histórico, una pizca hecho diferencial, aceite y a freir, mientras que en Andalucía pues se buscan sus ingredientes propios. ¿Qué churros son los mejores? Pues a mi personalmente me da igual, porque pienso que la política no debería ser el arte de hacer churros, sino el arte de proporcionar un Estado de derecho que garantice la igualdad de sus ciudadanos ante la ley, independientemente de que compartan o no los ingredientes del churro.

El señor Enric Hernández, al igual que el resto de nacionalistas, sean estos catalanes, españoles, chinos o alemanes, comparten una visión de lo que es, o debe ser la nación, heredada de una tradición germánica, amparada por filosofo-políticos como Fichte o Herder. Según esta tradición germánica los que tienen una serie de rasgos objetivos (lengua, etnia, usos jurídicos, folklore, mitología histórica…etc) constituyen parte de una nación, quieran o no, puesto que esos elementos objetivos son la expresión de un “espíritu, o alma colectiva”. Las señas de identidad colectiva además, valdrán para comparar a la nación propia, con la nación ajena, puesto que podemos comparar los rasgos. Distinta lengua, distinta cultura, distinto folklore…
Parece que en la vida política actual es esta visión identitaria la que se ha implantado mayoritariamente. Sin embargo, y puesto que comparto la idea de Felix Ovejero de que la mayor renuncia intelectual de nuestra izquierda ha sido sustituir el lenguaje de los derechos, la justicia y la ciudadanía por la frágil mitología de las identidades (3), voy a exponer la definición de nación que a mi modo de ver es más correcta, más moderna, más de futuro y más integradora.

Según una tradición de origen francés, basada en los documentos revolucionarios franceses de 1789, la Nación, estaría constituida por todos aquellos que manifestaran la voluntad de convivir en una misma comunidad política, con unos determinados derechos y deberes, al margen y por encima de las diferencias religiosas, culturales, lingüísticas o étnicas. (4) Las naciones, al igual que los territorios, no tienen ni cultura, ni lengua propia, ni folklore ni religión. El estado/nación debería volverse “laico” en materia de identidad, del mismo modo que actualmente ignora las creencias de cada uno y se ha vuelto laico en materia religiosa. Por tanto no puede pedirse a la población una identificación con un modo único de usos culturales, religiosos, lingüisticos, folklóricos, etc. La nación sirve para garantizar unos derechos y exigir unos deberes por parte de la ciudadanía, y punto pelota.

Para desmitificar la versión romántica, germánica, que actualmente defienden los nacionalistas, es necesario remarcar que ni la nación ni el estado son realidades naturales o predeterminadas. No cabe contraponer una “nación natural” a un “estado artificial”, puesto que tanto la nación como el estado son entidades artificiales, es decir construidas por la acción humana a lo largo de la historia. Este carácter artificial de la nación no nos molesta a los que la consideramos un instrumento de delimitación de deberes y derechos ciudadanos. Sin embargo imagínense la reacción de Don Manuel Fraga si se le dice que España ha sido creada artificialmente, o la de uno de tantos políticos catalanes si se les menta que Cataluña es un invento.

Por lo tanto, según la versión francesa que sostengo del concepto de nación, esta no debe ser un arma arrojadiza ni debe servir para subrayar “hechos diferenciales”. Ahora mismo todos los españoles vivimos bajo el mismo régimen de derechos, libertades, obligaciones y deberes, y por lo tanto todos pertenecemos a la misma nación, la española.

Previsiblemente en un plazo no muy largo, España desaparecerá como nación para integrarse como una región de la emergente nación europea… y no pasará nada, bueno sí, saldrán los nacionalistas españoles esgrimiendo nuestros hechos diferenciales y la historia del año catapún (en el fondo todos los nacionalismos son iguales), pero la realidad será que tendremos los mismos derechos y deberes que un Alemán , un francés o un Belga. Y eso es bueno, eso significará que las fronteras van cayendo, y los derechos se van generalizando.
Mientras tanto los sentimientos, el mito y la “identidad” serán relegados al lugar de donde nunca deberían haber salido, el ámbito privado.

Los amantes de la libertad deberíamos vomitar sobre el concepto romántico de nación, sobre las “lenguas propias”, sobre los derechos históricos y sobre las identidades, y deberíamos abrazar con entusiasmo el concepto de ciudadano. En palabras del socialdemócrata Félix Ovejero, ciudadano es “ el compromiso de defender mutuamente derechos y libertades. Participar en la comunidad política y la igualdad jurídica sin que nadie te exija etnia, cultura, lengua y demás cosas peligrosas que configuran el alma intelectual del fascismo”. (5)

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(1)Entrevista a Arcadi Espada por Jose Carlos Rodríguez (http://www.ciutadansdecatalunya.com/autors/SinglePosting.php?ArticleID=305)
(2)Enric Hernández; El periódico de catalunya 3 de Mayo de 2006
(3)El País, 26 de Junio de 2005
(4)Joseph M.Vallés, Ciencia Política; Ariel; 2002
(5)Diari de Sabadell, 15 de marzo de 2006
 
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